miércoles, 14 de febrero de 2007

Enamoró a la hija del carcelero...

Ya está aquí San Valentín. Otro año más, llega ese bonito día en el que si no tienes pareja te deprimes, y si la tienes te estresas pensando en si estarás a la altura de las circunstancias, en fin.

Pero antes de ponernos a pensar en qué hacer ¿sabemos realmente quién fue San Valentín? Aunque hay varias leyendas, que varían a lo largo y ancho del planeta, la más aceptada es la que cuenta que allá por la Roma del siglo III, cuando se perseguía el cristianismo, y el matrimonio entre los soldados (se decía que esta institución afectaba a su rendimiento en el campo de batalla), apareció un generoso sacerdote cristiano que decidió arriesgando su vida casando a las parejas a escondidas de los ojos romanos. Tan tremenda ocurrencia le costó una campaña en contra, a cargo del emperador Claudio II, que ordenó procesar al sacerdote. Con milagro de por medio y todo, Valentín fue ejecutado el 14 de febrero, no sin antes enamorar a la hija del carcelero, a quién daba clases, dejando a la chica una nota de despedida que firmó "de tu Valentín", frase que sin duda ha pasado a la posteridad, en todos los idiomas, llenando millones de tarjetas de felicitación.

Semejante historia se hubiera perdido si no fuera por el empeño de la Iglesia católica de recuperarla, dos siglos más tarde, en sustitución de una fiesta pagana que se celebraba por aquel entonces, en honor del dios de la fertilidad Lupercus y que consistía nada más y nada menos en que cada chico escogía por sorteo a una chica, para convertirla en compañera de diversiones todo un año. La Santa Sede decidió que una buena manera de atajar semejante desmelene era canonizar a San Valentín como patrón de los enamorados.

Este es el origen de una celebración que a unos gusta, sobre todo si se trata de grandes almacenes, y a otros espanta.
Para los que no quieran pasar por alto la celebración, las posibilidades son casi ilimitadas: tirar la casa por la ventana viajando a la ciudad italiana de Terni, donde se encuentra enterrado el santo, siempre que haya planes de boda para el año siguiente, o recurrir a las socorridas flores, o a los bombones. Entre ambas opciones, quizá esté la tuya, que puede ser simplemente decir eso que siempre olvidas, porque das por hecho, pero que tu pareja agradecerá escuchar. Al fin y al cabo, el amor verdadero no debería necesitar adornos.

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