lunes, 3 de diciembre de 2007

Mi homenaje a Juan Antonio Cebrián

Quién me iba decir que una participación mía en la revista de Historia de Iberia Vieja que dirige con mano diestra mi amigo Bruno Cardeñosa sería para homenajear a Juan Antonio Cebrián. En cuanto Bruno me lo propuso, me faltó tiempo para sentarme delante de un ordenador para tratar de repasar todos los momentos intensamente vividos junto al maestro de la comunicación del siglo XXI.


Y fueron tantos los momentos y tan intensos que probablemente os ocurra como a mí: que hayáis adquirido un lenguaje más rico y unos giros que hemos copiado a base de escuchar esa voz culta que cada madrugada nos abrigaba.

No, no os equivocáis si a continuación leéis el texto original que ha sido publicado en la página 31 del Nº30 de la revista de Historia de Iberia Vieja y os encontráis con todo el universo literario de Juan Antonio. Espero que os guste...

Decía el genio que todos los días perdemos una docena de genios en el anonimato y se van y nadie sabe de ellos, de su historia de su peripecia, de lo que han hecho, de sus angustias, de sus alegrías. Al menos una docena de genios se van cada día sin que sepamos de ellos.

Afortunadamente una de las grandes victorias del ser humano en la difícil guerra que libramos por la libertad de acción y pensamiento fue crear la tecnología precisa que nos permite superar las barreras de la Memoria y trascender hasta la Eternidad. Conceptos que Juan Antonio Cebrián manejaba magistralmente rehuyendo de idolatrías y leyendas.

Perfección, honradez y nobleza. Así se definía como profesional radiofónico y lo más importante, así se comportaba como persona, siempre fiel a sus principios. La complicidad que transmitía a través de las ondas era la misma que te atraía en persona. Así me sedujo un verano de hace cuatro años cuando entré a formar parte del equipo rosaventero como becario.

Mi mentor ante los micrófonos y más allá del estudio se presentaba lustroso ante mí tras una breve grabación, desafiando mi altura en una batalla que sabía que tenía ganada; pues a penas alcanzaba yo a verme en sus estilosas gafas de sol de marca compradas en París, la ciudad luz, en el transcurso de uno de sus viajes favoritos. Porque Juan Antonio era todo un aventurero al que le gustaba siempre compartir los momentos de sus viajes como el que realizó al pasado en Stonehenge o el más emotivo, cuando recorrió Auschwitz.

Nos quedan muchas aventuras que compartir’, me auguró aquel verano. Y así fue. Aún recuerdo la ilusión y la alegría que se palpaba en el ambiente cuando alcanzamos el programa 1.000 de La Rosa de los Vientos. Una tarta, velas, bebidas para la ocasión y mi sorpresa. La felicitación de una artista que le encantaba. Noa. Porque Juan Antonio disfrutaba con la buena música, la misma que radiaba en antena cuando comenzó a trabajar ante los micrófonos en Alcalá de Henares.

En cierta medida, descubrí en Juan el éxito personal que yo también pretendía alcanzar. El ideal de trabajar siempre contento y feliz como una lombriz, empero a la vez sin perder un ápice la calidad y profesionalidad como experto del medio y de la vida.

Especial mención merece, una dedicatoria que guardo como oro en paño del Mariscal de las letras: ‘No dudes jamás de tu vocación, pues créeme que ese espíritu te impulsará a conseguir las metas que sueñas’.

Quinientos programas más tarde, aquel sueño continuaba. La ilusión y ganas por seguir comunicando asuntos vitales para este siglo XXI no habían dejado de recorrer el espacio radioeléctrico y las hojas de papel de aquella mítica revista que dirigió cual Barón Rojo de la mancheta, bajo el título de LRV, Los 32 rumbos de La Rosa de los Vientos. Aquella fue mi oportunidad de compartir momentos inolvidables junto a grandes amigos de Juan Antonio como Miguel de la Quadra-Salcedo o Narciso Ibáñez Serrador.

Creador de programas innovadores para la radio como lo fue Chicho para la televisión, Juan Antonio afrontaba este año 2007 la undécima temporada de La Rosa de los Vientos pleno de ilusión.

Y para celebrarlo nos reunió en septiembre en una cena X Aniversario que venía preparando con mucho esmero y cariño. Quería agradecernos nuestra colaboración con el programa que, al menos en mi caso, es a todas luces una deuda, pues siempre ha sido más lo que me he traído conmigo de cada programa, de cada espera en la cafetería mientras preparaban su café con leche fría, de cada búsqueda de información que realizábamos en Internet, incluso de cada escapada al escusado entre boletín y publicidad. ¡Martín, por Dios!

Hay quien te enseña por su modo de ser, quien te educa con su comportamiento, quien te descubre el pasado, quien desvela enigmas del futuro y además también hay quien te enseña con sólo escucharle... en esta nueva vida veloz que comienza, no dejemos de escuchar a un genio y su filosofía ‘si conseguimos hacer una cadena inmensa de seres humanos que hagan el bien o que por lo menos no perjudiquen a su entorno, obtendríamos una oportunidad para el futuro’.

Juan Antonio Cebrián, gracias por honrarme con tu amistad. Tu dedicación, empeño y pasión en la vida a buen seguro perdurarán porque, como diría Kant, se pueden universalizar.

Su primera pregunta cuando conocía a alguien era ¿qué época de la Historia es la que más te gusta? Mi respuesta no puede ser más rotunda, el período que tuve la fortuna de poder compartir junto a él.

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